Jesús: Algunos de los errores y deficiencias de la Ciencia Cristiana. Emociones, afectos, deseos, pecado y la «mente mortal»

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Este mensaje de Jesús, a continuación, es uno de los dados a través de Padgett que trata en concreto sobre las enseñanzas de Mary Baker Eddy (1821-1910). Su vida, enseñanzas, libros… terminaron dando lugar a la llamada Ciencia Cristiana.

Mary Baker, una vez «muerta» en 1910, dio ella misma mensajes a través de Padgett sobre la necesidad que sentía de corregir los errores en sus conceptos, mostrando arrepentimiento por causar la transmisión de esos errores de comprensión, transmitidos a través de los seguidores de la nueva corriente que iba a surgir (son actitudes y errores básicos que, en gran medida, son compartidos por lo que gira en torno a otros materiales nueva era, como el curso de milagros).

Un mensaje anterior y muy relevante es este (en este caso dado por Jesús).

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Algunos de los errores y deficiencias de la Ciencia Cristiana. Emociones, afectos, deseos, pecado y la «mente mortal». La mente no es lo que origina los deseos, apetitos y emociones
09 julio 1916

Estoy aquí, Jesús.

Vengo hoy para decirte que me agradan tus esfuerzos por encontrar la verdad de lo que hemos enseñado acerca de Dios y de la relación del hombre con Él.

Estuve contigo mientras leías, hace varios días, y he observado el efecto que hace sobre ti el contraste entre las creencias y enseñanzas de los hombres, tal como las has leído, y las enseñanzas de la verdad que te hemos revelado en nuestros mensajes.

Si bien estos escritos que has estado leyendo contienen algunos elementos de verdad, hay muchas cosas que son totalmente falsas y son el mero resultado de especulaciones.

Hoy, si te sientes en condiciones, te instruiré sobre algunos de los errores y deficiencias de la Ciencia Cristiana, y la falta de una verdadera comprensión que tenía su fundadora -comprensión acerca de las realidades del ser*-.

Ella escribe y enseña que no hay nada real en el pecado, el error y la enfermedad, y que su aparente existencia se debe totalmente a la mente mortal, y que esas cosas ya no existirán cuando dicha mente niegue su existencia. Bueno, en esta afirmación existe un gran elemento de verdad, pero para poder comprender y aplicar esta verdad, el hombre debe ser instruido y creer en más cosas que en una mera negación de su existencia.

Es cierto que Dios nunca creó nada malo, es decir, nada de aquello que no esté en armonía con Su naturaleza y esencia, que son solo buenas; y es cierto que atribuir la existencia de estos males y discordias a Dios es erróneo y blasfemo. Pero el hecho es que estas cosas existen, y la mera negación de su existencia no remedia los resultados dañinos que se derivan de tal existencia.

El hombre sufre del mal, del error y de la enfermedad, y siempre lo ha sufrido a partir de la caída desde su estado de perfección, y siempre sufrirá a consecuencia de que en su consciencia existan estos elementos de realidad, y el mero hecho de considerarlas como un resultado de la «mente mortal», no explicará su existencia ni proporcionará un remedio mediante el cual se pueda librar de ellas.

Primero surge la necesidad de comprender cómo y por qué medios llegaron a existir estas cosas, y luego será más fácil comprender los medios y la forma en que pueden ser eliminadas de la vida y la naturaleza aparente de la humanidad.

Como ya te he dicho, estas cosas, ajenas a la creación de Dios, fueron creadas solamente por el hombre, en el ejercicio excesivo e ilícito de su fuerza de voluntad, al seguir las sugerencias y deseos de sus apetitos animales, que se reafirmaron exageradamente cuando el hombre perdió una parte de su espiritualidad debido a su desobediencia.

Su creación fue el resultado de algo más que lo que la fundadora de esa Ciencia llama la «mente mortal», pues la mente es sólo una parte del ser del hombre; y aunque las facultades de la mente deben usarse en el funcionamiento de todos los poderes y cualidades del hombre, la mente no es lo que origina todos sus deseos, apetitos y emociones. La naturaleza emocional y los afectos son algo distinto de la mera mente, o de las facultades intelectuales, y en lo que respecta al pecado y al error, generalmente son los creadores de los mismos, aunque la mente puede fomentar y reforzar estas cosas así creadas.

Entonces, el hombre debe comprender que estas excrecencias de su creación perfecta son reales y existen, y derivan en su propia condenación y su alienación con respecto al bien, y son antagónicas respecto a su condición original y natural de perfección, y no pueden ser barridas de la existencia por la mera afirmación de que no son reales.

Una vez más, el hombre debe comprender que esas cosas [pecado, error] son creaciones que principalmente proceden del ejercicio desordenado de los apetitos y deseos animales, y no del ejercicio de la mente, y que deben ser erradicadas por el mismo proceso en orden inverso al que se usó en su creación.

Por supuesto, no se debe perder de vista que, al emplear este proceso, las facultades de la mente deben ponerse en funcionamiento, tal como lo estaban en la creación de estas existencias. Y el gran hecho que debe recordarse en este proceso es que estas cosas son reales, y no mera imaginación, que sería el equivalente al concepto de «mente mortal» que tenía la fundadora.

Ahora bien, cuando el hombre capte el significado -tal como se ha explicado- de lo que realmente son estas cosas, y de cómo llegaron a existir, comprenderá más fácilmente la forma o los medios por los cuales han de ser destruidas, y nunca más permitirá que se conviertan en parte de su ser; pues si bien no pertenecen por naturaleza a su ser, sin embargo, en razón de que él es el creador de ellas, ellas forman parte de su ser en lo que concierne a su consciencia, y también forman parte de su ser todos los resultados que se sigan a partir de ellas. Y ellas constituyen esa parte del hombre que lo mantiene en desacuerdo con las leyes que controlan su propia existencia. La pureza de su verdadero ser está siempre mancillada por las impurezas de su propio ser artificial, y siempre lo estará hasta que elimine estas impurezas que, para él y sus semejantes, son existencias reales y persistentes.

La voluntad, sin embargo, es la gran fuerza que debe usarse en la destrucción de estas excrecencias, y como esta fuerza de voluntad en el hombre es libre y sin trabas, y como en sus operaciones sigue las sugerencias y deseos de los apetitos -tanto animales como espirituales- del hombre, por lo tanto se vuelve evidente que estos apetitos y deseos deben ser primero controlados y dirigidos en una dirección tal que haga que la voluntad se ejerza de tal manera que conduzca los pensamientos y acciones hacia una realización de los deseos y apetitos que esté en armonía con las leyes de Dios.

Como el pecado y la maldad no son criaturas de los deseos espirituales, sino totalmente de lo animal, entonces, para erradicar del ser humano estos elementos de maldad y pecado, los esfuerzos del hombre deben dirigirse hacia el reemplazo de los ilícitos e inarmónicos deseos y apetitos animales, por apetitos y deseos que surgen de la misma fuente que está en armonía con las leyes que crean esta misma fuente.

El hombre fue creado por Dios con apetitos animales así como fue creado con aspiraciones espirituales, y lo primero es tan armonioso con las leyes de su creación como lo segundo, y tanto la pérdida de la aspiración espiritual, como la perversión de los apetitos animales, causan de manera similar que el hombre no esté en armonía con estas leyes. De modo que, para liberarse de estas partes extrañas a su ser, el hombre no debe esforzarse por negar su realidad, sino por reemplazarlas, por recrear -por así decirlo- en sí mismo los apetitos animales que sean coherentes y estén en armonía con los que eran suyos cuando fue hecho el hombre perfecto; en otras palabras, destruir las existencias de su propia creación, y poseer solo las de la creación de Dios.

Por supuesto que, en este esfuerzo, tendrá que usar su mente -mente mortal o como se quiera decir-, pero, además, también tendrá que ejercitar las facultades de su naturaleza emocional y afectiva, que no son de la mente sino del alma. La mera negación o creencia no será suficiente, sino que los deseos y las ansias de estas cosas que engendran pecado deben ser reemplazados por deseos y ansias de aquellas cosas que están en armonía con su creación [la creación del hombre].

Entonces, repito, las enseñanzas que dicen que el pecado, el error y la enfermedad no son reales, y que no forman parte del ser del hombre tal como existe y vive ahora, son erróneas, y, cuando no se comprenden, son dañinas, y no bastan para producir la regeneración del hombre.

En cierto sentido, es cierto que el pecado, el error y la enfermedad no son reales, pero eso significa que no tienen ninguna existencia en cuanto a la creación del hombre por parte de Dios, pues Él creó solo lo que era bueno y estaba en armonía con Sus leyes perfectas. Pero, como el hombre es tanto creador como criatura, y como estas cosas son únicamente creaciones del hombre, entonces, en la medida en que el ser del hombre está involucrado, tienen una realidad que persistirá hasta que su creador -el hombre- las haya destruido.

Me alegra que me hayas dado la oportunidad de escribir hoy, y también encontrarte en buenas condiciones.

Tu amigo y hermano,
Jesús

Index: PJE19160709A
Autor: Jesús
Receptor: James E. Padgett
Localización: Washington DC.
Fecha: 09 julio 1916
Fuentes: True Gospel, Vol II, page 192

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Notas

  • being