Daniel (el profeta) describe su experiencia en el mundo espiritual y su vida en la Tierra

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Un mensaje anterior y muy relevante es este (en este caso dado por Jesús).
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Daniel describe su experiencia en el mundo espiritual y su vida en la Tierra
      (21 Jul 1915)
(Daniel, el profeta de Dios, del Antiguo Testamento)

Estoy contigo esta noche porque tienes razones para creer que has sido seleccionado para realizar la obra de Jesús de transmitir sus mensajes a la humanidad; y quiero sumar mi testimonio al de los demás que me han precedido.

Soy un seguidor del Maestro, aunque viví en la Tierra muchos años antes de que viniera a anunciar la restitución del gran Amor Divino del Padre, y a mostrar el camino por el cual todo hombre que lo desee puede obtenerlo.

Nunca supe lo que era este Amor hasta que Jesús vino y lo declaró al hombre y a los espíritus tal como lo hizo. Y cuando vino al mundo de los espíritus, después de su crucifixión, nos predicó a los que estábamos en las esferas espirituales la gran doctrina del plan de salvación de Dios.

Los hombres no deben pensar que los mortales son los únicos destinatarios de este Amor, o los únicos que tuvieron el privilegio de conocer el camino a este Amor, pues, como te digo, Jesús vino a los espíritus que vivían en los cielos espirituales, dio a conocer este gran plan y enseñó el camino a la Inmortalidad.

Yo era, antes de su venida, un espíritu que gozaba del favor del Padre en tanto que mi amor natural se desarrolló hasta el grado más alto, y en ese amor era comparativamente feliz.

También poseía un gran desarrollo intelectual. Sin embargo, en cuanto al Amor Divino que ahora poseo… de él no sabía nada, ni tampoco sabía nada ningún espíritu que viviera en ese momento.

Esto te puede parecer extraño, pues a partir de mi relato, tal como está contenido en el Antiguo Testamento, podrías suponer naturalmente que yo gozaba del gran favor de Dios, y así era; pero ese favor no iba más allá de recibir de Él una gran cantidad del amor natural que Él había otorgado a toda la humanidad, y de saber -por mis percepciones espirituales y por el poder de la naturaleza psíquica que poseía- que Dios se preocupaba por mí y me utilizaba para convencer a las naciones paganas de que había un solo Dios, y que solo Él debía ser adorado.

Nunca conocí la realidad de lo que era el Amor Divino, ni sabía que me encontraba en otra posición diferente a la que podría haber tenido si ese Amor no le hubiera sido arrebatado a la humanidad cuando nuestro gran padre terrenal cometió su fatal acto de desobediencia.

En aquellos tiempos, antes de la venida de Jesús, ningún espíritu podía progresar de ninguna manera más arriba de la esfera donde existían este amor natural y este desarrollo intelectual, en su mayor grado de perfección.

Así pues, como ves, nunca fui un espíritu poseído por esta naturaleza Divina hasta después de la venida del Maestro; y en ninguna parte del Antiguo Testamento encontrarás ninguna declaración ni promesa relativa al hombre y a su posesión de esta naturaleza Divina, y nosotros -los que vivíamos en aquellos días de mi vida terrenal- estábamos satisfechos, y solo esperábamos los favores y dones de Dios que pudieran afectar a nuestra prosperidad y felicidad terrenales.

Yo era un profeta, tal como está escrito, y a través de sus espíritus Dios me decía aquellas cosas que yo declaraba a la gente. Dios también me capacitó para predecir muchas cosas que iban a suceder, y que de hecho sucedieron. Pero este gran favor y regalo no me trajo la posesión del Amor Divino ni la naturaleza del Padre; y cuando morí, llegué al mundo de los espíritus como uno que poseía sólo el amor natural y el gran desarrollo moral que me habían proporcionado las comunicaciones tenidas gracias a mis asociaciones con los espíritus del Padre.

Así pues, el hombre no debe pensar que nosotros, los del Antiguo Testamento -sin importar si se trata de profetas, videntes, o de alguien especialmente favorecido por Dios- hayamos tenido nunca esta Esencia Divina Suya mientras vivíamos en la Tierra, o mientras existíamos como espíritus, antes de la venida de Jesús.

Abraham, Moisés o Elías nunca poseyeron esta naturaleza Divina, aunque fueron elegidos especialmente por Dios para hacer Su obra respecto a los detalles para los que fueron elegidos; y nunca entendieron que sus vidas tras la muerte serían algo más que una mera existencia en el mundo espiritual, como espíritus -o algo más que, tal como se decía… reunirse en el hogar de sus padres-. El descanso era lo que en aquel entonces se entendía como la gran condición de los buenos hombres de Dios, y este descanso significaba para ellos el alivio de todos los problemas terrenales, y la felicidad que resultaría de tal libertad.

De modo que cuando el Maestro vino al mundo de los espíritus y predicó la gran verdad de la restitución del Amor Divino, los espíritus se sorprendieron tanto como los mortales, y había tanta incredulidad entre ellos como entre los mortales.

Los judíos todavía creen en sus doctrinas -las que habían tenido como regla de fe cuando estaban en la carne-, y las leyes de Moisés y las declaraciones de los profetas los controlan en su vida como espíritus igual que los habían controlado en la Tierra.

Por supuesto que, tras convertirse en espíritus, aprendieron muchas cosas relativas al mundo de los espíritus, cosas de las que no tenían conocimiento como mortales; y entre las leyes que aprendieron como espíritus estaba la gran ley de la compensación. Por supuesto que Moisés había enseñado de alguna manera los principios de esta ley, tal como se ejemplifica en su decreto de: «ojo por ojo y diente por diente»; pero esto solo era una mera sombra de lo que la ley de la compensación significa en el mundo de los espíritus.

Esta ley existía en aquel entonces, tanto como existe ahora, pero entonces los espíritus solo tenían el amor natural para ayudarlos a salir de su condición de sufrimiento y oscuridad, y, en muchos casos, se necesitaban siglos y siglos para que este amor se manifestara obrando su salvación.

Y también debo decirte que, cuando este amor natural había hecho su trabajo, el espíritu entraba en una condición de felicidad y satisfacción. Tanto es así, que muchos de ellos permanecen satisfechos; y algunos de los que vivieron en la Tierra cuando yo viví, y que se volvieron espíritus cuando yo me volví espíritu, todavía están en esa condición de felicidad que les da este amor natural en estado puro. Aún no despertaron a la gran verdad de que el Amor Divino les ha sido ofrecido en el momento de la venida de Jesús a la Tierra -igual que sucede con muchas otras personas, ya que la gran mayoría de los hombres nunca ha despertado a este hecho-.

Como puedes ver, aunque Dios, en Su bondad y misericordia, haya proporcionado un camino por el cual todos pueden llegar a ser partícipes de Su naturaleza Divina y de la correspondiente felicidad, grande y eterna, sin embargo, también ha provisto de un amor natural que puede librarse de todo el pecado y suciedad terrenales, y que, cuando se purifica de ese modo, permite que el espíritu disfrute de una felicidad que está mucho más allá de lo que los mortales pueden concebir.

Pero esta última condición no conlleva la inmortalidad, y ningún espíritu que tenga solamente este amor natural tiene la seguridad de ser inmortal. Bueno, he escrito mucho y debo detenerme por esta vez.

(Ahora suponemos que James le pregunta algo sobre lo relativo a los siguientes párrafos)

Y bien, en el momento en que Moisés y Elías se encontraron con Jesús en el Monte de la Transfiguración, ya habían recibido una parte de este Amor Divino, pues antes de esa fecha ya habían aprendido acerca del retorno de ese Amor a la humanidad [aquí supongo que se refiere a que estaban avisados de que esta oportunidad se iba a abrir, y para cuando Jesús se encontró con ellos ya habían empezado -recientemente- a pedir y recibir el amor divino]. Y como eran seres muy espirituales, en el sentido de que habían desarrollado su amor natural hasta su excelencia suprema, y como estaban muy cerca del Padre en cuanto al desarrollo de su alma, así, estaban preparados como receptores de este Amor Divino cuando volviera al hombre y a los espíritus. Pero en aquel entonces estaban tan llenos de ese amor como lo están ahora muchos de los espíritus que fueron mortales en tu época.

De acuerdo a mi comprensión sobre el significado de la Transfiguración, esta se dio para mostrar a los discípulos del Maestro que, aunque Jesús era el poseedor y la personificación encarnada de este Amor Divino en el mundo mortal, Moisés y Elías eran poseedores de él en el mundo espiritual.

En otras palabras, la apariencia de Jesús mostró que había sido otorgado a un hombre mortal, y la apariencia de Moisés y Elías mostró que también había sido otorgado a los espíritus.

En algún momento vendré y te contaré mi experiencia de encontrar este Amor, y de convencerme de la verdadera misión de Jesús y de la verdad de sus enseñanzas, y de cómo este Amor entró en mi alma, y cómo eso derivó en que me hiciera cristiano.

La esfera en la que vivo no tiene número, pero está elevada en los Ámbitos Celestiales, aunque no tanto como aquella en la que viven los apóstoles. Ellos tienen un maravilloso desarrollo del alma, lo que conlleva la posesión de este Amor en una gran medida, lo cual determina el lugar donde viven.

Y bien, estoy agradecido de poder escribirte esta noche, y siento que al hacerlo estoy abriendo el camino para poder hacer el bien a los mortales, porque ahora estamos formando un «ejército», como lo podrías llamar… para realizar una gran y exitosa arremetida contra los poderes del mal y de las tinieblas, tal como ahora existen en el mundo de los mortales. Jesús será el líder de este ejército. Él es el espíritu más grande de todo el universo de Dios, y nosotros, que somos sus seguidores, nos damos cuenta de ese hecho, y le seguimos sin dudarlo. Entonces, amigo mío, debo detenerme.

Con el amor de un hermano, que a ti te parecerá anciano, pero que es muy joven, te digo buenas noches.

Daniel

Author: Daniel
Receiver: James E. Padgett
Location: Washington D.C.
Date: 21 Jul 1915
Sources: True Gospel, Vol. I, page 262
Angelic Revelations, Vol. I, page 341