¿Nuestra época «anti-Dios»? Algunas cosas básicas sobre la actitud de «no poner primero a Dios», servida por un montón de cosas

¡Hola! Esta es otra entrada a modo de saludo (es un comentario general, realizado en este vídeo del célebre «cura de Toledo» 🙂 ).

Las personas, en algunas religiones, se quejan a veces de que cosas como el yoga son «anticrísticas», y aunque todo esto lo hemos tratado ya ─en estos años atrás desde fines del 2020─, y se nos ha aclarado completamente esta cuestión, veamos un repaso aquí.

Ciertamente usamos técnicas, incluso las «espirituales», para «no poner primero a Dios» en nuestras vidas, y así, justificamos determinadas fachadas (es decir: justificamos formas de evitar sentir humildemente nuestro daño (miedos, etc.), el daño o heridas que tenemos en el alma, y en cuya justificación nos impedimos realmente ser nuestro «yo real», y por tanto, una relación con Dios, ya que «Dios solo se puede relacionar con nuestro yo real» ─que es algo que vimos expresado así, literalmente, en las enseñanzas que estamos viendo─).

El tema es ir sintiendo cómo las técnicas y actitudes espirituales, que en sí mismas serían «meros medios», se unen entre sí en estos tiempos.

Es decir, por ejemplo, tenemos la actitud de cierta «independencia» más o menos arrogante: con la inteligencia artificial parece poder darse una especie de colofón de autoendiosamiento potencial.

Varios elementos, de fuentes diversas, pueden reunirse, «hacer mundo», como conjunto de cosas para consolidar cierto «espíritu», cierta actitud, junto a cualquier técnica espiritual o religiosa.

Entonces, no voy ni siquiera a mentar el yoga (que es la técnica que en el comentario en concreto se decía de pasada como «generalmente anticrística», digamos), sino que vamos directos al «espíritu anticrístico» que hace que aquellos que hablamos de Dios, etc., realmente no hagamos lo que dijo Jesús.

¿Qué dijo? Aquello de «poner primero a Dios», y entonces «todo lo demás se daría por añadidura».

No era «poner primero un rito», o a un intermediario, o una repetición de una frase, una técnica, un puesto en una iglesia o en una congregación o «academia de espiritualidad», etc.

Y no dice «casi todo lo demás se dará», sino «todo lo demás». Y así, parece que sería cierto (y eso es lo que queremos comprobar en este «experimento» con Dios y los seguidores verdaderos de Jesús, en su demostración del «segundo nacimiento»).

Esa es la vida, demasiado «simple», que habría demostrado Jesús, una vida de total escucha (sentir) dentro de su alma: sentir todo el rato a Dios, el Dios infinito que creó nuestra vida, lo que somos (nuestra «alma»), sentir qué «opina» Dios sobre cualquier cosa, para así no poder actuar en ningún deseo que no sea armónico con Dios.

Así que no se trata de, por ejemplo, sentir primero qué opina, qué siente, alguien desencarnado (pues siempre tenemos influencias de ellos).

La influencia de desencarnados es muchas veces lo que para bien y para mal primero o únicamente tenemos, y muchos desencarnados no están establecidos en una relación directa con Dios, incluso aunque sepan de todo esto y sepan usar estos conceptos.

Esta influencia sería indispensable (sería «un dato», un hecho), al parecer:

  • Es indispensable al parecer para nuestro cuidado físico, por ejemplo, pues parece que literalmente hay un guardián ─más enfocado en lo físico─ para cada persona.
  • Aparte, otros desencarnados serían «indispensables» acompañantes para la inspiración, es decir, hacen de guías, de apoyo de diverso tipo, y van cambiando a lo largo de la vida, según cambien nuestros deseos e intereses reales ─y a veces no los intereses que creemos tener─.

Entonces, tenemos esas influencias, combinadas con la posibilidad de sentir más directamente nuestra propia alma, nuestro propio ser:

  • el ser creado por Dios, y no todo el conjunto de líos emocionales con los que terminamos sustituyendo la pureza de esa base, del alma.

Sustituimos de cierto modo al alma cuando privilegiamos el sentido corporal y el intelectual-corporal, pues nos hacemos a imagen de lo que todos los adultos hacen y son, en su estado de ánimo real ─y prácticamente todos somos así sin excepción, independientemente de «la religión» y «la espiritualidad»─.

Nuestro ser real es un alma más o menos llena de heridas emocionales ─heridas que no están puestas ahí por Dios─. Por eso tenemos una confusión respecto a la verdad, un «inicio de condicionamiento» para confundirnos, mejor dicho (y es condicionamiento acerca de la verdad más importante, que sería todo lo que creemos en torno al cuidado, al amor).

Esa sería la confusión que cada cual tendríamos que ir aclarando si es que queremos «apuntarnos» al «segundo nacimiento», que sería lo que «inauguró» Dios con Jesús, Jesús con Dios.

Debido a esas heridas y a todo el juego de atracciones (con desencarnados, con otras personas, instituciones, etc.) confundimos la verdad tal como la siente y la es Dios, el Dios infinito… con «otras verdades».

Esta verdad de Dios la podemos sentir por lo que llamamos «conciencia«, la «voz» de la conciencia. Ésta no es una voz ─no lo es directamente─, y tampoco es la influencia de ningún desencarnado, sino que sería una «capacidad» de nuestra alma (podríamos decir que es nuestra alma cuando siente a Dios, que es infinito y personal ─siendo nuestra alma finita─).

La relación con desencarnados la tendríamos todos, y sería más o menos inconsciente. A veces éstos son personas bienintencionadas, pero en general muchas de estas almas desencarnadas están «algo perdidas», como nosotros lo estamos. En esa relación… muchas veces se «apaga» esa posibilidad de «sentir a Dios primero», debido a nuestras heridas.

Es en torno a realizar ese apagamiento potencial, en una especie de «intentar realizarlo de manera universal», lo que ahora parece estar jugándose en esta especie de «época apocalíptica», «contra el alma» (hay literales desprecios teóricos al concepto de alma, realizados por parte de las gentes aupadas por las agencias globalistas: Harari, etc.).

Para ese «apagamiento» pueden confluir una multitud de factores: tecnología, comodidades, espiritualidades, instituciones como las iglesias incluso, etc. (pueden confluir para ese «espíritu anti segundo nacimiento», anti relación con Dios real, «anticrístico»).

Hay desencarnados que ─tal como hacemos nosotros los todavía encarnados─ antes que realmente apegarse primero a Dios, lo que ellos privilegian o a lo que se apegan es a la religión, a una nación, una tradición, una técnica, una espiritualidad, una actitud, una institucionalidad, etc., antes que «sentir a Dios».

Y es que la muerte no solucionaría en realidad nada. Simplemente todos los que dejan el cuerpo físico y siguen en el cuerpo espíritu (siendo el alma que siempre han sido), siguen viendo que siguen vivos, y más o menos conscientemente se dan cuenta de ello (y a veces ni eso).

Todos siguen teniendo que desarrollar el libre albedrío tras la muerte.

Básicamente cada persona sigue «con su pedrada en la cabeza», sobre todo si se ha visto atraída por la Tierra y tiene creencias y obsesiones que no le han permitido ir más directamente a las primeras etapas de las esferas espirituales.

Entonces, confundimos esa verdad, la de Dios (la que siempre podemos sentir, pero que para ello habría que ser muy humildes, y ser fieles a seguirla para seguir oyendo con claridad e incluso recibir amor de Dios)… la confundimos con la verdad de la sociedad, del mundo.

La verdad del mundo incluye las «enseñanzas» intensamente ancladas en nosotros que empiezan haciéndonos heridas en el alma, y que son los ejemplos de vida que nos dan los adultos y sus actitudes emocionales (proteger el miedo, la vergüenza, etc.).

Esos son los ejemplos «emocionales» que se nos dan, y que no podemos no «absorber», mucho antes de que aprendamos a razonar y discernir, cuando somos niños (se nos dan por parte de la madre de manera muy relevante, y del padre, etc.).

Y, en «la sociedad», entre todos estos adultos, habría que incluir a los desencarnados que siempre tenemos alrededor.

A partir de esos ejemplos, de estas vidas que en realidad casi siempre son poco ejemplares, nos instalamos en lo que podemos llamar «la rutina del pecado», pues lógicamente así se nos condiciona, y luego, como sabemos, tenemos que responsabilizarnos plenamente de desarrollar el «carácter», si es que queremos «crecer» como almas.

En la normalización rutinaria del pecado casi todo lo que hacemos contribuye en realidad a una mayor degradación de nuestra alma, aunque a veces podamos al menos empezar a poner parches espirituales y religiosos más o menos autoengañosos.

El pecado degrada el alma, nuestro ánimo, la condición, la posibilidad del «desarrollo del carácter»… pues normalmente no queremos sentir y expresar humildemente el dolor (miedo, vergüenza, etc.) ─no lo queremos sentir como niños pequeños más puros, expresivos─.

Y el dolor en realidad nos avisa de que algo que hacemos o seguimos haciendo es pecado, o sea, contraviene los principios inmutables de Dios.

El problema «anticrístico», por cierto, tiene mucho que ver por tanto con la capacidad social grupal (en comandita, «mente colmena») de justificar el pecado:

  • justificar una industrialización por ejemplo ahora potencialmente de los cuerpos humanos (tecnología a insertar en ellos mediante pinchazos, por ejemplo)…
  • justificar el aborto como tecnología social de cuidados «amorosos» necesarios, y «por derecho». Etc.

Y, por tanto, con la rutina, la inercia del pecado, no nos empleamos en esa capacidad de «poner primero a Dios» para amar tal como Dios ama, que sería lo que Jesús habría «escrito» con su vida ejemplar en ese sentido, y siendo la primera vida así ─la primera en la historia tanto de las esferas espirituales como del plano físico─.

Y es que el amor de Dios (la relación personal con Dios) es un regalo (como todo amor) y por lo tanto no es una obligación. Y así, Dios no estaba obligado a volver a dar su amor personal a sus almas creadas (tras aquel rechazo inicial de la relación amorosa con Dios, hace muchos miles de años).

Jesús al parecer insistió, por cierto, en que todos éramos sus hermanos, y así, somos todos igualmente amados por Dios, pero ¡sólo si queremos!

O sea, por mucho que Jesús había conseguido divinizar ya (y el primero) su alma, insistió en que era un «logro», un hito del alma, que nosotros heredábamos a partir de entonces («y cosas más grandes haréis»… dice más o menos, en las palabras registradas).

Entonces, imitar a Jesús sería aprender directamente de parte de Dios ─cada cual, personalmente─, sobre qué es realmente amar a los demás y a nosotros mismos, y a Dios… y a la creación… tal como Dios lo haría (tal como Dios lo es y lo muestra en los principios operativos en las leyes que Dios ha creado para regular todo).

Ese «logro» de Jesús, que luego podemos seguir, y que habrían conseguido muchos después en las esferas espirituales ─entrar en «el reino», en el segundo nacimiento─, sería algo completamente nuevo y universal para el ser humano, y que surgió en esa época, y en cuya estela viviríamos todos, lo queramos o no, pues sería una nueva era en cuanto a la relación con Dios (que sería objetivamente nuestro único «Padre» o «Madre» ─personal e infinito, insistamos─).

La actitud misma de los católicos y cristianos, etc., es una técnica espiritual que puede ser usada para el autoendiosamiento, cuando ponemos por encima de la comunión con Dios el rito, el intermediario, creencias no del todo verdaderas, etc.

Y esa actitud se puede coaligar con las demás actitudes, tecnologías, etc.

Ahí también habría mucha fachada a menudo, o sea, mucho miedo a sentir, miedo a la humildad real… cuando por ejemplo los sacerdotes defienden ─a veces con uñas y dientes─ la necesidad de intermediarios, mientras que Jesús vino a enseñar la relación íntima (de amor) de cada persona con Dios, pues todos somos creados por Dios, y de nosotros depende desarrollar esa relación (ni Dios puede obligarnos, ya que insistamos: el amor no es obligación, y Dios
no puede imponerlo, y ese amor de Dios no es el amor «natural», aunque precisamente está como potencial para llevar el «amor natural» a «otra fase»).

Nuestra fachada nos sirve para protegernos de sentir todo el dolor que tenemos, pero el dolor ya lo tenemos en el alma desde que estamos en el útero o en la probeta, y si no queremos sentir el alma, vamos a impedirnos sentir más a Dios o empezar a sentirlo claramente, en cuanto a su verdad, y más aún, en cuanto a la posibilidad de recibir su amor (el «pan sobrenatural»).

Para ello, para proteger emocionalmente la fachada, nos sirve cualquier cosa:

  •  el «cristianismo» como fachada,
  • el yoga o mil cosas similares,
  • la oración repetitiva en cualquier religión,
  • abandonarse a la influencia de grupos de desencarnados, confundiéndolos con Dios, etc.

Esta «actitud anticrística» sería la actitud «apocalíptica» del «yo me lo guiso yo me lo como» espiritual… y que peligrosamente compartimos no sólo entre nosotros ─con todo el potencial tecnológico de hoy─, sino que compartimos con millones de desencarnados que a menudo nos ven y nos entienden mucho mejor de lo que nosotros los vemos o los entendemos a ellos.