Lo que no armoniza con la verdad, desaparece; y en general desaparece todo lo que no armonice con la manera en que Dios crea (por ejemplo, Dios crea cosas que se automantienen).
En el cristianismo, y en el catolicismo en particular, hay muchas cosas que no se sostienen. Por ejemplo es falso que Jesús sea Dios (y en esto no vale recurrir a lo metafórico o poético). Y esta falsedad, como se sabe, rechina, y con razón, a muchas personas, entre otras, a las musulmanas.
Y es absoluta y literalmente contrario al mensaje de Jesús argüir que él sería Dios (y los disfraces de eso haciendo cualquier tipo de discurso «gnóstico» tampoco valdrían).
Cada alma, cada uno de nosotros, seríamos radicalmente iguales ante Dios, incluyendo Jesús, o, en su polo imaginario opuesto, incluyendo cualquier criatura de ficción, como un «Satán», pues no habría ningún jefe de esos desencarnados que están tan podridos por el pecado que se vuelven irreconocibles.
Y así, lo único que cambia algo esencial en nosotros como humanos es nuestra disposición a tener o no una relación con Dios.
Con Jesús sí que habría sucedido algo de vital importancia, en lo espiritual, para este mundo ─en relación a la vida de Jesús─. Pero ese algo tendría que ver con que una nueva relación con Dios se habría hecho posible por lo que hizo Dios con Jesús, y Jesús con Dios (que sería lo que se demostró con Jesús, lo que consiguió él en su alma, como ejemplo, y no lo que «consiguió» con su muerte, crucifixión, etc., que son anécdotas).
Se dice que se sabía que en algún momento iba a suceder eso (un Mesías), creando una nueva posible «alianza», es decir, una «dispensación» o «economía» nueva en cuanto a la relación de cada ser humano con Dios.
Y no hay «salvación colectiva», es decir, nunca seremos «mente colmena» (las colmenas creadas «modo humano» no se automantienen 🙂 ).
El libre albedrío personal es una verdad absoluta tremendamente importante, como nos indican tantos ataques que sufre, junto al alma, por parte de las entidades «controladoras», etc.
En algún momento se sabía que Dios ─el creador de nuestra vida, de nuestras almas, ese Padre del que hablaba Jesús─ volvería a dar a la humanidad el potencial perdido tras el rechazo que fue «La Caída».
Se trata del potencial de recibir el amor de Dios, pudiendo así tener una relación verdaderamente personal con el Dios infinito (incluyendo en esto a la humanidad desencarnada, mucho más numerosa).
Y al parecer eso es, «simplemente», lo que sucedió en ese momento de hace unos 2000 años. Y esto tampoco lo tendrían nada claro en general los musulmanes, judíos, etc., aunque en todos lados cuecen habas… es decir, puede que «por casualidad» la gente de cualquier cultura, etc., haya podido anhelar y recibir efectivamente amor por parte de Dios, si se ha tenido un momento de sentir sinceramente ese anhelo, dirigido a quien nos creó.
El cristianismo, aparte de un caos de diferentes grupos, influencias, etc., se vuelve en seguida una traición a lo más básico del «mensaje» de Jesús, al volverlo político en Roma, por ejemplo, entre otras muchas cosas.
Con todo este politiqueo y «filosofismo» se ayuda al cristianismo a convertirse en «una religión más», una espiritualidad más… es decir, en otro camino más para perfeccionarse moralmente, con la ayuda de las leyes «naturales» que siempre actúan, y que Dios hizo, pero sin necesariamente involucrar una relación personal con Dios (y un problema importante en esto es que, desde nuestra perspectiva algo cegata, confundimos la relación con desencarnados más desarrollados en amor que nosotros, con la relación con Dios).
Al parecer, Roma necesitaba un cómplice tan fuerte como esta religión tan exitosa, debido a la fortaleza, fidelidad, de los fieles cristianos (resiliencia, se diría hoy quizá… y aunque otros sólo querrían llamarlo «fanatismo», no sería sólo eso).
Por cierto, quizá algo similar está por surgir o se está cociendo (o iba a suceder si no hubiera habido ya una «segunda venida») con el islam, o con una mezcla conveniente entre éste y vete a saber qué cosas, ya que creo que se intuye algo sobre la fortaleza religiosa del islam, que tendría que ver con apoyar fuertemente la idea de un Dios real, infinito y único para todos, sin mancharlo, por ejemplo, con los malentendidos acerca de lo que pasó entre Dios y Jesús.
Por eso la hispanidad tendría fecha de caducidad, al enlazarse con cosas falsas, las que hay en todo cristianismo, y en particular en el catolicismo, pues en todas partes hay una creencia nefasta en relación a no comprender el sentido de la «resurrección».
Desde siempre la humanidad ha sabido que la gente sigue viva tras morir. Eso sería el ABC de toda espiritualidad (primitivos contactando con antepasados, etc.), y de toda «religión».
Y muchos desencarnados han podido manifestarse físicamente tras morir, como hizo Jesús, y lo habrían podido hacerlo con un poder «similar». El que Jesús apareciera tantas veces y tan a placer, no es «la resurrección» ─lo digo porque quizá es el alma desencarnada que más intensamente, y con mejores motivos, se habría proyectado «cuerpos» una vez dejado atrás el físico─.
Tal como enseñó y sigue enseñando Jesús (y, «milagrosamente» aún queda recogido esto entre tantas distorsiones que hay en la Biblia), resucitar es «nacer de nuevo», debido a la transformación que el amor de Dios opera en el alma.
El amor de Dios no es el amor natural, pues Dios es infinito, es Creador, etc., y nosotros no somos eso.
El amor (cuidado, etc.) natural, es el de los humanos y/o desencarnados, el ejercido en la humanidad, con nuestras maneras de entender el cuidado, el amor, etc. (todas ellas manchadas, semierróneas o totalmente erróneas, inarmónicas).