Jesús: cómo el amor divino entra en el alma del hombre | 23 de marzo de 1916

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Este mensaje de Jesús es largamente comentado por Miller y Mary en una serie de vídeos (por ejemplo este, que he traducido en parte en este otro vídeo) donde hablan de muchas cosas con la excusa del mensaje, tan global, digamos, que contiene el siguiente texto.

El recopilatorio de las traducciones de los 4 esquemas de las conversaciones donde tratan estos dos mensajes de Jesús es este pdf.

Entre otras cosas, por ejemplo -y anecdóticamente- comentan que no hay problema con el tema de los trasplantes de órganos. Sí que por ejemplos sucede que los espíritus donantes de órganos (los que dejaron el cuerpo físico atrás y ahora siguen siendo, como siempre, un alma «invisible»… pero ahora con sus cuerpos espirituales) puede que estén de cierto modo «apegados a los órganos», debido a sus apegos a lo físico… y debido a sus adicciones, etc.; y, entonces, puede que acompañen de diversas maneras a los que reciben el órgano, o puede que impidan la recepción del órgano, etc.

Un mensaje anterior donde también Jesús habla de algunos de estos temas es este.

Jesús: cómo el amor divino entra en el alma del hombre
23 de marzo de 1916

Estoy aquí, Jesús.

Estoy aquí de acuerdo con lo prometido, y deseo escribirte sobre un tema que todos los hombres deberían conocer. «Cómo el amor divino entra en el alma de un hombre».

Como te he dicho antes, el hombre es una criatura de Dios, que tiene cuerpo, espíritu y alma; y todos estos son necesarios para constituir al hombre perfecto. Pero estas tres partes del hombre son diferentes en cuanto a sus características y sus funciones, son separadas y distintas, y tienen cualidades que son diferentes tanto en la composición como en la duración de su existencia.

Como tú y todos los hombres sabéis, el cuerpo solamente existe durante la vida del mortal en la Tierra, y cuando esa vida termina se disuelve en sus elementos, que ya no podrán formar el mismo cuerpo ni en el mundo mortal, ni en el mundo espiritual, pues estos elementos son simplemente de la materia, y pueden ser usados y se usan para formar otros cuerpos y manifestaciones materiales en la naturaleza; no necesariamente se usarán para formar otros seres humanos, pues entran a formar parte tanto de las formas animales como de las vegetales, y están tan diseminados que nunca más volverán a ser las partes de un cuerpo resucitado. Los ortodoxos no enseñan esta verdad, sino que piensan que, de alguna manera misteriosa, el cuerpo mortal resucitará en algún momento.

No, cuando el cuerpo ya ha cumplido su función de mantener y proteger el alma y el espíritu del hombre durante su vida terrenal, ya no es ni puede ser parte de ese hombre, y puede ser considerado como algo que ya no forma parte del hombre.

Sin embargo, este cuerpo, de hecho, incluso durante la vida del mortal, no es el mismo cuerpo durante esa vida, pues continuamente hay cambios en los elementos que lo componen; y un elemento, o un conjunto de elementos, da lugar a otros, y se pierde o se absorbe en el gran mar de elementos que ayudan a formar o constituir el universo de Dios.

Mediante la acción de las leyes de la atracción y la repulsión, estos elementos, al reemplazar a otros que desaparecen, se ajustan a la apariencia general o al contorno del cuerpo que los albergan, de modo que tanto la identidad del cuerpo como la apariencia se conservan; y a medida que un hombre envejece, las leyes que llevan a cabo los cambios en su apariencia hacen que estos nuevos elementos se adapten a estos cambios, de modo que, aunque, en el corto lapso de la vida de un hombre, el material continúe siempre envolviendo al espíritu, no obstante, ese material nunca es el mismo. Hago esta declaración preliminar simplemente para mostrar que la parte material del hombre no está en absoluto conectada al hombre real, en cuanto a lo que es, para él, su naturaleza persistente, y esta parte material no necesita ser considerada para tratar el tema sobre el que deseo escribir.

La parte espiritual del hombre es aquella parte que contiene lo que se pueden llamar funciones de la vida, y la fuerza y ​​el poder que existen en él, y que lo controlan de forma más inmediata en su conducta y en su vida. Este principio real y existente de la vida, a diferencia del cuerpo, nunca muere, sino que continúa viviendo después de que el espíritu se despoja de su envoltura de carne.

Esta parte espiritual del hombre contiene la sede de las facultades mentales y de los poderes de razonamiento, y utiliza los órganos del cuerpo material para manifestar estos atributos. Estas facultades viven y existen aunque el cuerpo físico pueda estar en una condición tan imperfecta que el espíritu no pueda hacer sus manifestaciones de tal manera que permita al mortal percibir o sentir las cosas materiales de la naturaleza -tal como se las llama-. Para especificar, aunque los órganos materiales de la vista puedan resultar dañados o destruidos, sin embargo, en ese cuerpo espiritual, el que está dentro del cuerpo físico, existe una vista real, tan perfecta y completamente como si estos órganos dañados o destruidos estuvieran funcionando; y lo mismo ocurre con el oído y los demás sentidos de los así llamados «cinco sentidos del hombre».

Y en cuanto a las facultades de razonamiento y las cualidades mentales, existen en el estado perfecto tanto si el cerebro está sano como si no, o tanto si realiza su trabajo como si se niega a hacerlo. Así pues, para poder existir en perfectas condiciones, estas cualidades no dependen de la solvencia ni del funcionamiento perfecto de los órganos del cuerpo físico. El funcionamiento adecuado de los órganos físicos, o más bien, de los movimientos y manifestaciones naturales y adecuados del cerebro, y las operaciones conscientes de las facultades mentales… estas son las cosas que dependen de que las facultades espirituales puedan utilizar los órganos físicos de manera adecuada y en consonancia con la armonía de la creación de las partes relativas y correlativas del hombre.

Estas facultades espirituales, las que el hombre llama intelecto y cinco sentidos, forman parte del cuerpo espiritual que está encerrado en el cuerpo material, y que a su vez encierra el alma. Cuando el cuerpo material muere, el cuerpo espiritual continúa existiendo y viviendo en el mundo del espíritu, y, con él, y como partes que continuarán constantemente con él, están estas facultades intelectuales, desempeñando todas sus funciones, libres de las limitaciones que los órganos físicos les imponen. Y cuando se produce este cambio, las cualidades mentales, a pesar de que no tienen los órganos materiales a través de los cuales operaban cuando estaban en el marco mortal, pueden concebir pensamientos sobre cosas materiales y oír y ver cosas materiales tal como lo hacían -e incluso más perfectamente- cuando estaban envueltas por los entornos de carne y hueso.

Entonces, cuando el mortal muere, lo único que muere y se queda atrás es el mero cuerpo físico, y con el cuerpo espiritual sobreviven todas esas cosas de las que se puede decir que son el hombre real, en lo que respecta a la mente. Por lo tanto, el hombre nunca deja de recordar, progresar y saber que es un ser que no puede ser destruido por la muerte, ni puede ser transformado en algo que no fuera antes de que la muerte le aconteciera. Y así respondo a la pregunta: «cuando un hombre muere, ¿volverá a vivir?». Nunca deja de vivir, y su vida no es nueva, sino simplemente la continuación de la anterior, con todas las cosas de la mente y la conciencia [conscience] que le pertenecían en la vida anterior.

En la vida puramente espiritual, el cuerpo espiritual continúa conteniendo el alma, y será su protector y cobertura mientras dure. Pero este cuerpo comienza entonces a cambiar, y lo hace por medio de la desintegración en lo que podemos llamar sus elementos espirituales, y por la formación de nuevos elementos para reemplazar a los que desaparecen. Dicho cambio, en este cuerpo, no es causado por las mismas leyes que operaban para cambiar, desintegrar y reemplazar el cuerpo físico, sino por la ley que controla el desarrollo del alma que contiene el cuerpo espiritual.

El alma es el hombre real, pues es la única cosa o parte del hombre que puede volverse inmortal, la única parte del hombre que fue hecha a imagen de su Creador, y la única parte del hombre que puede convertirse en parte de la Sustancia de su hacedor y participar de Su naturaleza Divina. Digo que «puede», pues constituye un importante componente de esta gran posibilidad [I say may, for that is an important part of this great possibility].

Sé que esta posibilidad, la de que el alma se vuelva inmortal al participar de la naturaleza Divina de Dios, es cierta, pues es un hecho probado en el caso de muchas almas que ahora están en los Ámbitos Celestiales. También sé que hay muchas almas en el mundo espiritual que llevan allí muchos siglos y que nunca han recibido esta naturaleza Divina y la consciencia de la inmortalidad. Nunca se ha demostrado si las almas que no han recibido esta naturaleza divina son inmortales o llegarán a serlo.

Lo que sí sé es que en la economía del plan de Dios para la formación de Su Reino, en algún momento -cuándo, no lo sé- este privilegio de participar de Su naturaleza Divina y de la certeza de la inmortalidad será retirado de las almas de los hombres y de los espíritus, y luego, si estas almas -las que experimentan esta condenación- participarán de la inmortalidad, eso solo Dios lo sabe, y  ningún espíritu lo sabe.

Hay otras cosas que sí sé, y que aquí te digo; entre ellas, esta: mientras el alma no reciba esta naturaleza Divina, la mente -que he descrito como parte del cuerpo espiritual- continúa existiendo, y domina tanto al alma como al cuerpo; y en su progreso puede alcanzar una condición de pureza y perfección como las que poseían las primeras almas vivientes creadas: nuestros primeros padres. Ahora hay muchos espíritus en esta condición, pero que, no obstante, son meros hombres, y sus almas permanecen solo como imagen de Dios, y nada más.

Aunque Dios es mente, la mente no es Dios, y también, aunque Dios es espíritu, el espíritu no es Dios. De modo que cuando los hombres enseñan que la mente es Dios, y que los hombres deben buscar alcanzar esa mente y, así, llegar a ser como Dios, están muy lejos de la verdad. La mente es solo un atributo de Dios, y más allá y detrás de esa mente está el Dios real, la personalidad, y eso es el Alma, de la cual emanan todos estos atributos y manifestaciones de las que pueden ser conscientes tanto los mortales como los espíritus.

Pero, aunque Dios es alma, esa alma es una sustancia con una naturaleza divina, y es la sede y la fuente de todos los grandes atributos que le pertenecen -como el amor, el poder, la vida, la omnisciencia y la misericordia-.

Y aquí debo declarar un hecho que puede asustar a aquellos que creen y enseñan que la mente es Dios, y es el siguiente: aquello que se llama «mente humana» no forma parte de la mente de Dios, pues esta mente humana, y todas sus facultades y cualidades maravillosas, son meras criaturas particulares [special creatures], al igual que lo son el cuerpo espiritual y el cuerpo material del hombre. Como he dicho, el hombre fue creado a imagen de Dios sólo en lo que respecta al alma; y aquí siempre hay que tener en cuenta que la creación fue solo una imagen.

La mente del hombre fue una creación particular, al igual que las mentes de los animales inferiores, que difieren sólo en grado. Y si Dios no le hubiera dado al hombre un alma y un cuerpo espiritual para envolverla -en el cual puso esta mente del hombre-, entonces, cuando el hombre experimentara la muerte del cuerpo físico, ese habría sido su final; pero como tal, esa muerte es la muerte del cuerpo, que no forma parte de esta imagen álmica de Dios.

Como te he escrito antes, cuando Dios creó al hombre y lo hizo a su propia imagen en tanto que alma, también le dio la posibilidad de obtener la Sustancia del Padre; es decir, de hacer que esa alma, que era una mera imagen, se convierta en un alma que es de la Sustancia del Creador. También te he explicado cómo el hombre, por su desobediencia, perdió esa posibilidad y durante largos siglos se vio privado de este gran privilegio, y cómo le fue nuevamente restituido en el momento de mi venida a la Tierra, de modo que ahora, y durante los diecinueve siglos pasados, ​​ha tenido este gran don o privilegio de participar de la Sustancia del Padre.

Pues bien, cuando el hombre, mediante la vía que se le ha señalado, llega a poseer la Sustancia de la naturaleza Divina del Padre, incluso solo en un grado inicial, su alma comienza a cambiar y a perder su carácter de mera imagen, y a progresar hacia el logro de esa condición en la que esta imagen desaparecerá y la Sustancia Divina tomará su lugar; y a medida que el progreso continúa, recibe tanta Sustancia que su alma adquiere la naturaleza Divina del Padre, y su armonía con el Padre se vuelve tan perfecta que se convierte en un habitante del Reino del Padre. Esto ocurre cuando se adapta para entrar en la primera Esfera Celestial.

Y justamente ahí ocurre otra cosa que puede sorprender a aquellos que enseñan que la mente es la esencia de Dios, y es la siguiente: esa mente que el hombre tiene -tanto en el estado de ser mortal como en el de un ser espiritual- la posee hasta ese momento de la progresión del alma en el que tiene lugar la transformación en la naturaleza Divina, y, entonces, esa mente se convierte en nada; o digamos más bien que es absorbida en la mente del alma, que es la verdadera mente del Padre. Y entonces, y para siempre, será sólo esta mente del alma la que capacite al verdadero hombre Divino para comprender las cosas de Dios, para ayudarlo en su progreso.

Continuaré más tarde. Estás cansado. Pero recuerda que te quiero y que me tienes contigo en todo momento para ayudarte, sostenerte y confortarte.

Buenas noches, mi querido hermano.
Tu amigo y hermano,
Jesús
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Index: PJE19160323A
Autor: Jesús
Receptor: James E. Padgett
Localización: Washington DC.
Fecha: 23 de marzo de 1916
Fuentes: True Gospel, Vol II, page 289