Índice
─ Introducción y enlace al audio
─ Versión en español
─ Versión en inglés
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Introducción
─ Enlace al audio: en ivoox // enlace descarga
A continuación vamos a ver parte del apartado:
9) La expiación
Vemos los primeros mensajes contenidos en el tema 9.
El tema es la expiación («atonement»).
Para ver la lista con todos los enlaces a los textos y audios ver:
Forma parte de un libro que es el primer volumen de los mensajes recibidos a principios del siglo XX por James E. Padgett de parte de varios desencarnados, entre otros, Jesús de Nazaret.
Estos volúmenes fueron preparados o compartidos así por Divine Truth (entre otras personas).
El primer volumen incluye los siguientes temas y apartados (los 11 temas numerados sirven para organizar temáticamente los mensajes):
a) ─ Retrato de James E. Padgett
b) ─ Mi testimonio (por Leslie R. Stone)
c) ─ Foto espiritual de Mary Kennedy con su alma gemela, el Dr. Stone.
d) ─ La verdadera misión de Jesús
I. Jesús y su relación con Dios.
II. Dios y el alma humana.
III. El problema del pecado.
IV. Redención del pecado.
─ 1. Los mensajes
─ 2. Ámbitos celestiales
La oración
─ 3. Inmortalidad
─ 4. ¿Quién y qué es Dios?
─ 5. Espíritu Santo
─ 6. Resurrección
─ 7. El alma
─ 8. Perdón
─ 9. Expiación [estamos aquí: Vemos los primeros mensajes en este apartado 9]
─ 10. Infierno
─ 11. Expiación vicaria
e) ─ Mensajes adicionales
Versión en español
9. Expiación
Expiación – Parte I (San Lucas – del Nuevo Testamento) (30 diciembre 1915)
Estoy aquí, San Lucas.
Vengo esta noche para hablaros de una verdad que es de gran importancia para vosotros y para la humanidad, y deseo que prestéis mucha atención a lo que voy a decir. Me encuentro en un estado de amor que me permite saber de lo que escribo y hacer que lo que diga sea aceptado por vosotros como verdadero.
Os quiero decir que el Amor del que hemos estado escribiendo es el único Amor que puede hacer que un espíritu o un hombre se aúne con el Padre, y este es mi tema: La expiación [recordemos: la palabra at-onement, en inglés, traducida a menudo como «expiación», literalmente podría verse como «en una sola mente» ─es decir, es aunarse en cierta actitud básica y en «opinión emocional», digamos, con Dios─].
Esta palabra, tal como se utiliza en la Biblia y es interpretada por las iglesias y los comentaristas de la Biblia, conlleva el significado de que Jesús pagó un precio por la redención de la humanidad de sus pecados y del castigo que tendrán que sufrir por haber cometido pecados; y también la idea de que Dios, como un Dios iracundo e insaciable, esperaba que el precio fuera pagado para que su ira quedara satisfecha y el hombre se presentara ante él absuelto del pecado y de las consecuencias de la desobediencia.
Este precio, según las enseñanzas de las iglesias y las personas mencionadas, debía ser pagado por alguien que, en su bondad y pureza, fuera capaz de pagarlo; es decir, alguien que tuviera en sí mismo tales cualidades inherentes y que, por sus sacrificios, tuviera un valor inherente tal que satisfaciera los requisitos de las exigencias de este Dios iracundo cuyas leyes habían sido desobedecidas. Y también enseñan que la única forma en que ese precio se pudo pagar fue mediante la muerte en la cruz de Jesús, que era la única persona en toda la creación que poseía estas cualidades en grado suficiente como para cumplir estos requisitos; y que con su muerte y el derramamiento de su sangre se expiaron los pecados y Dios quedó satisfecho. Esta es la creencia ortodoxa de la expiación y el plan de salvación.
En resumen, un ser humano perfecto libre de todo pecado, una muerte en la cruz y un derramamiento de sangre, que era necesario para que los pecados de los mortales pudieran ser lavados y sus almas purificadas y hechas aptas para formar parte de la gran familia de Dios.
Pero toda esta concepción de la expiación es errónea y no está justificada por ninguna enseñanza del Maestro, ni por ninguna de las verdaderas enseñanzas de los discípulos a quienes él había explicado el plan de salvación y el significado de la expiación.
Sé que en varias partes del Nuevo Testamento se dice que la sangre de Jesús lava todos los pecados y que su muerte en la cruz satisface la exigencia de justicia del Padre; y en él hay muchas expresiones similares que transmiten la misma idea. Pero estas palabras de la Biblia nunca fueron escritas por las personas a las que son atribuidas, sino por escritores que, en sus diversas traducciones y supuestas reproducciones de estos escritos, añadieron y eliminaron partes de los escritos de los autores originales, hasta que la Biblia se llenó de estas doctrinas y enseñanzas falsas.
Los escritores de la Biblia, tal como se encuentra ahora, eran personas que pertenecían a la iglesia que se nacionalizó en la época de Constantino, y, como tales, se les impuso el deber de escribir aquellas ideas que los gobernantes o gobernadores de esta iglesia consideraban que debían incorporarse en la Biblia a fin de llevar a cabo sus ideas para servir a los intereses de la iglesia y darle un poder temporal que nunca podría haber tenido bajo las enseñanzas y la guía de las doctrinas puras del Maestro.
Durante casi dos mil años esta falsa doctrina de la expiación ha sido creída y aceptada por las llamadas iglesias cristianas, y ha sido promulgada por ellas como la verdadera doctrina de Jesús y aquella de la que depende la salvación del hombre; y las consecuencias han sido que los hombres han creído que lo único necesario para su salvación y reconciliación con Dios era la muerte de Jesús y el lavado de sus pecados con la sangre derramada en el Calvario.
Si los hombres supieran cuán inútil fue su muerte y cuán ineficaz es su sangre para lavar los pecados y pagar la deuda al Padre, no se conformarían con la seguridad de que todo lo que tienen que hacer es creer en este sacrificio y en esta sangre, sino que se instruirían sobre el verdadero plan de salvación y harían todo lo posible por seguirlo y, como consecuencia, desarrollarían sus almas para entrar en armonía con el amor y las leyes del Padre.
La expiación, en su verdadero significado, nunca significó el pago de una deuda o el apaciguamiento de la ira de Dios, sino simplemente la unión con Él en aquellas cualidades que aseguren a los hombres la posesión de Su Amor y la Inmortalidad que Jesús trajo a la luz. El sacrificio de Jesús no podía tener ningún efecto posible sobre la condición de las cualidades del alma del hombre, y tampoco el derramamiento de sangre podía hacer que un alma vil y pecadora se volviera pura y libre de pecado.
El universo de Dios está gobernado por leyes tan inmutables como perfectas en su funcionamiento, y lo más importante que se debe lograr con el plan que Él proporcionó para la redención de los hombres es que cada uno de ellos entre en armonía con estas leyes, pues tan pronto como exista esa armonía, no habrá más discordia y el pecado será desconocido para la humanidad. Por lo tanto, solo aquello que lleve al hombre a esta armonía puede salvarlo de sus pecados y lograr la expiación que Jesús y sus discípulos enseñaron.
El hombre, cuando fue creado, fue dotado de lo que podría llamarse un amor natural, y ese amor, en la medida de la calidad que poseía, estaba en perfecta armonía con el universo de Dios, y mientras se le permitió existir en su estado puro, formó parte de la armonía del universo; pero cuando se volvió contaminado o impregnado de pecado, o de cualquier cosa que no estuviera de acuerdo con las leyes de Dios, se volvió inarmónico y no estaba en armonía con Dios, y la única redención necesaria era la eliminación de aquellas cosas que causaban la inarmonía.
Ahora bien, la única forma de poder eliminar esta inarmonía era que el amor natural volviera a ser puro y a estar libre de aquello que lo contaminaba. El sacrificio en la cruz no podía proporcionar este remedio, ni tampoco la expiación por la sangre, pues el sacrificio y la sangre no tenían ninguna relación con el mal que había que remediar. Por lo tanto, afirmo que, si estas cosas pagaron la pena y satisficieron a Dios ─y por lo tanto Él no tenía más reclamaciones sobre el hombre por ninguna deuda que se suponía que le debía─ esto necesariamente implica que Él mantuvo las almas de los hombres en esta condición de inarmonía y no permitió que se eliminara hasta que se cumplieran Sus exigencias de satisfacción y sangre; y que entonces, cuando Él se apaciguara, permitiría a los hombres, por su mero ipse dixit [«porque así lo digo yo»], volver a estar en armonía con Sus leyes y el funcionamiento de Su universo. En otras palabras, estuvo dispuesto a dejar que los hombres permanecieran en desarmonía con Su universo y el funcionamiento de Sus leyes, hasta que se satisfacieran Sus exigencias de sacrificio y sangre.
Esto, como es evidente para cualquier hombre razonable, sería algo tan absurdo que ningún hombre común, en lo que respecta a sus asuntos terrenales, lo adoptaría como plan para la redención de aquellos hijos suyos que habían sido desobedientes.
(Veo que tienes una llamada, continuaremos más tarde).
Expiación – Parte II (San Lucas – del Nuevo Testamento) (4 enero 1916)
Estoy aquí, San Lucas.
Deseo continuar mi discurso sobre la Expiación.
Como estaba diciendo, a menos que el hombre entre en armonía con Dios en el amor natural que Dios le ha concedido, y de ese modo se libere del pecado y del error, no puede haber redención para él, y la muerte de Jesús y el derramamiento de su sangre no pueden causar esa armonía.
Ahora bien, lo que he dicho hasta ahora se refiere exclusivamente al hombre y a su salvación en lo que respecta a su condición de alcanzar la perfección en este amor natural, que todos los hombres tienen.
Pero esta no es la gran expiación que Jesús vino a la tierra a enseñar a los hombres, ni la forma en que se podía obtener ni el efecto de su consecución.
Como se os ha dicho, en el principio Dios confirió a nuestros primeros padres no solo el amor natural, sino también la potencialidad de obtener ─mediante la observancia de ciertas leyes y la obediencia─ el Amor Divino del Padre, que, una vez obtenido, convertiría al hombre en parte de la divinidad misma; y, aunque no lo convertiría en un dios, ni en igual al Padre, le proporcionaría una divinidad que le haría recibir la sustancia del Gran Amor de Dios, y no permanecer como una mera imagen; y, como consecuencia, el hombre se volvería inmortal.
Solo Dios es inmortal, y cada parte de Él es inmortal, y cuando los hombres obtengan en sus almas esa parte de Él que es su mayor atributo, su Amor Divino, también se volverán inmortales y, a partir de entonces, no estarán sujetos a la muerte.
El amor natural, que fue implantado en las almas de toda la humanidad, no forma parte del Amor Divino, y ni siquiera es este Amor en menor grado, sino que es una cualidad de amor distinta y separada, y todos los hombres la poseen; pero en muchas personas se ha contaminado por los pecados que fluyen de la violación de las leyes de Dios, de modo que la redención de la que he hablado es necesaria para el hombre, incluso como poseedor solo de este amor natural.
Pero el Amor Divino del Padre es un Amor que tiene, en sí mismo, y que está compuesto en su totalidad, por la Divinidad que el Padre posee, y ningún hombre puede llegar a formar parte de esa Divinidad hasta que posea este Gran Amor. Sé que se dice que el hombre es Divino porque fue creado a imagen y semejanza de Dios, pero nada que sea una mera imagen forma parte de la sustancia de la que es imagen, y no puede tener las cualidades de esa sustancia. Hablando en términos generales, la imagen puede tener la apariencia y, para los asuntos ordinarios de la vida mortal, puede servir al propósito de lo real, hasta que surja algo que exija la producción de lo real, y entonces la imagen ya no servirá al propósito.
Ahora bien, en el caso de la creación del hombre, este fue hecho a imagen de Dios solo en un aspecto concreto, y ese es el de la apariencia del alma [soul appearance]. Ni su cuerpo físico ni su cuerpo espiritual eran a imagen de Dios, ya que Dios no tiene tales cuerpos, y solo el alma del hombre es a imagen de Dios, el Gran Alma Suprema [Great Oversoul]. Y mientras el hombre siga siendo una mera imagen del Padre, nunca será otra cosa que aquel simple hombre que era en el momento de su creación, y la Sustancia del Padre nunca formará parte de él; y aunque la Sustancia es Divina, la imagen nunca podrá llegar a ser Divina hasta que se vea transformada en la Sustancia.
En la creación del hombre se formó un plan por el cual esa imagen podría convertirse en una cosa de Sustancia, y al hombre ─poseedor de la imagen─ se le dio la potencialidad de obtener la Sustancia; pero el hombre, por su desobediencia, o por no cumplir o seguir los requisitos del plan previsto, renunció [forfeited] a esta potencialidad que se le había conferido y, con ello, perdió la posibilidad de que la imagen se transformara en Sustancia, lo cual era absolutamente necesario para que pudiera llegar a ser poseedor de cualquier parte de la divinidad del Padre. Y cuando los hombres se llaman a sí mismos divinos, afirman aquello que no es cierto, pero que, desde la venida de Jesús a la tierra, puede llegar a serlo.
No voy a relatar cuál fue esta desobediencia de nuestros primeros padres, ni de qué manera perdieron la gran potencialidad de convertirse en Divinos, sino que solo diré que cuando por su desobediencia perdieron esta potencialidad, Dios se la quitó, y Su decreto de que el día en que cometieran el acto de desobediencia morirían sin duda alguna se cumplió y murieron. No murieron los cuerpos materiales, ni murieron los cuerpos espirituales, ni murieron las almas, pues los hombres continuaron viviendo en sus cuerpos físicos durante muchos años después del día de la desobediencia, y sus cuerpos espirituales y sus almas nunca murieron, pues aún viven. Mas lo que murió, y lo que se vio afectado por la sentencia que se les impuso, fue la posibilidad de recibir la Sustancia, que los haría Divinos e Inmortales. Esta posibilidad les fue quitada y nunca les fue devuelta durante los largos siglos que transcurrieron desde el momento de su muerte hasta la llegada de Jesús.
Esa parte de la naturaleza divina, o ese atributo divino, que era el objeto de esta potencialidad y que haría al hombre parte de la naturaleza divina e inmortal, era el Amor Divino del Padre y nada más; y si nuestros primeros padres, mediante su obediencia, hubieran recibido este Amor Divino, en la tierra nunca habría existido la mortalidad del alma, ni el pecado, ni la necesidad de expiación ante el Padre. Pero llegó la desobediencia y con ella la muerte de la posibilidad de alcanzar la inmortalidad, y el hombre siguió siendo un simple hombre, solamente una imagen del Padre, y nada más.
Ningún hombre en todas las largas edades que he mencionado tuvo jamás en su naturaleza nada más, o nada más grande, que el amor natural del que he hablado; e incluso en cuanto a eso, el hombre abusó tanto de ello y lo profanó hasta tal punto que, en un momento dado, se convirtió en un paria del Padre en lo que respecta a este amor. En otras palabras, el hombre lo enterró tan profundamente bajo sus actos de pecado y de violación de las leyes de Dios que controlan este amor natural, que pareció haber sido abandonado por el Padre, incluso en cuanto que mero ser humano.
Pero en la historia de lo que se llama «el pueblo elegido de Dios» ─los judíos─, se muestra que una y otra vez, como pueblo, se alejaban mucho de Dios en este amor natural, de modo que aquellos hombres que poseían este amor en un estado más puro que el pueblo común, fueron utilizados por las fuerzas del mundo espiritual para llamar a este pueblo a la comprensión de sus obligaciones para con Dios, derivadas del don del amor natural. Ninguno de los profetas ─ni Moisés, ni Elías, ni ninguno de los demás─ poseía este Amor Divino, sino simplemente el amor natural en un estado más puro que el de las personas a las que transmitían sus mensajes.
Pero en el momento elegido por Dios y de acuerdo con Su misericordia y Su plan, Él volvió a otorgar al hombre esta gran potencialidad de la que hablo, de modo que los hombres volvieran a tener el privilegio de unirse a Él; y para anunciar la concesión de este gran don, Jesús fue enviado a la Tierra en forma de hombre, concebido y nacido como los demás hombres, pero sin pecado.
Fue en el momento de la venida de Jesús cuando el Gran Don fue devuelto tanto a los mortales como a los espíritus de los mortales que entonces vivían en el mundo espiritual; y todos ellos, espíritus y mortales, recibieron el privilegio de unirse al Padre a través del Plan de Salvación que Él había revelado a Jesús, y que Jesús enseñó en su ministerio durante los cortos años de su vida terrenal, y que todavía hoy sigue enseñando.
No hay otra manera en que el hombre pueda llegar a ser uno con el Padre —en que la imagen pueda transformarse en la Sustancia— que la manera que Jesús enseñó, pero que parece no haber sido comprendida por los hombres después de que la iglesia se convirtiera en una iglesia de poder temporal, y después de que la Biblia o los escritos de los apóstoles fueran castrados y los pensamientos y deseos de los hombres interpolados en lugar del evangelio de paz y salvación. Sin embargo, en el evangelio de Juan hay una declaración del verdadero Plan de Salvación, aunque es poco comprendida y casi ignorada en las enseñanzas prácticas y las observancias de las iglesias y sus miembros, y es que «a menos que un hombre nazca de nuevo, no puede entrar en el Reino de Dios» [ref.].
Estas palabras del Nuevo Nacimiento son las únicas que declaran la verdadera doctrina de la expiación. Ni la muerte de Jesús en la cruz, ni el derramamiento de sangre o el lavado de los pecados por la sangre, ni el pago de ninguna deuda, ni la creencia en el nombre del Señor Jesucristo, llevarán a los hombres a la reconciliación [at-one-ment] con el Padre y los harán partícipes de su naturaleza divina o aptos para convertirse en habitantes de su reino. Solo el nuevo nacimiento es eficaz para este propósito, y Jesús nunca enseñó ni enseña ahora ningún otro plan.
Entonces, ¿qué se entiende por el Nuevo Nacimiento?
Los hombres difieren en su comprensión e interpretación del mismo, y no me servirá de nada recitar estas diferentes interpretaciones, o lo que el Nuevo Nacimiento no es; sino que lo importante es lo que es.
Como he dicho, la potencialidad que se confirió a nuestros primeros padres fue el privilegio de obtener la naturaleza divina y la inmortalidad del Padre al poseer Su gran atributo de divinidad: el amor divino. Y si nuestros primeros padres, por su obediencia, hubieran recibido los beneficios de este gran privilegio, habrían nacido de nuevo, así como vosotros y todos los demás mortales ─y también los espíritus─ pueden ahora nacer de nuevo.
Entonces, el Nuevo Nacimiento es simplemente el efecto de que el Amor Divino del Padre fluya hacia el alma del hombre y desaparezca todo lo que tiende al pecado y al error. A medida que el Amor Divino toma posesión del alma, el pecado y el error desaparecen; el alma adquiere una cualidad similar a la Gran Alma del Padre; y siendo que el Alma del Padre es divina e inmortal en su Cualidad de Amor, cuando el alma del hombre se apodera de esta cualidad de Amor, esta alma también se vuelve divina ─y el alma es el hombre─, y entonces la imagen se convierte en la Sustancia, lo mortal se vuelve inmortal, y el alma del hombre, en cuanto al amor y la esperanza, se convierte en parte de la Divinidad del Padre.
Ahora bien, fue para declarar este Plan de Salvación, y también la reentrega del Gran Don de la potencialidad del alma, que Jesús vino a la tierra. Esta era su misión, y ninguna otra. Como recordarán los lectores de la Biblia ─y es una verdad─, cuando Jesús fue bautizado y ungido, y también en el Monte de la Transfiguración, la voz de Dios, tal y como está escrito, declaró que Jesús era su hijo amado y exigió al pueblo que «le escuchara»: No creer que vino a morir en la cruz, no creer que su sangre traería la expiación, no creer en ninguna expiación vicaria o que Dios en su ira exigió un sacrificio, sino solo «escuchadle». Y Jesús, en todas sus enseñanzas, nunca enseñó ninguna de estas cosas, sino solo el Nuevo Nacimiento, tal como lo he explicado. Esto es lo único necesario para la expiación, y él lo sigue enseñando.
También enseñó verdades morales que afectan a la conducta y la relación del hombre con el hombre, y del hombre con Dios en su estado natural, pero ninguna de estas cosas o enseñanzas morales fueron suficientes para lograr la Gran Expiación. No hay duda de que la observancia de muchas de estas enseñanzas de moralidad y de la conducta del hombre hacia Dios tenderá a llevar a los hombres a buscar el Amor superior del Padre y ayudará a sus almas a alcanzar la condición que facilitará que este Gran Amor fluya en ellos; pero estas enseñanzas morales o conductas prescritas no serán, por sí mismas, suficientes para traer el Nuevo Nacimiento y, por lo tanto, la expiación [at-one-ment].
Ahora bien, Jesús no solo enseñó la necesidad del Nuevo Nacimiento, sino que también enseñó la Manera en que se podía obtener, y ese Camino es tan simple y fácil de entender como el Nuevo Nacimiento mismo. Él enseñó, y sigue ahora enseñando, que a través de la oración sincera al Padre, y de la fe que hace que todas las aspiraciones y anhelos del alma sean cosas de existencia real, y por medio del Espíritu Santo, que es el mensajero del Amor del Padre ─o portador de su Amor Divino─, este Amor fluirá en las almas de los hombres en respuesta a tales oraciones; y por medio de tal fe los hombres se darán cuenta de su presencia, y de esta manera, y solo de esta manera, los hombres recibirán el Nuevo Nacimiento.
Esto es un asunto totalmente individual, y sin la oración personal y ferviente del suplicante y la fe que acompaña al Amor, un hombre no puede recibir el Nuevo Nacimiento. Ninguna ceremonia de la iglesia, ninguna imposición de manos o misas por las almas de los muertos serán eficaces para convertir al hombre o al espíritu en una nueva criatura en Dios.
Lo que he escrito es el significado de la expiación tal como la enseñó el Maestro, y tal como la entienden todos los redimidos del Padre que ahora viven en Sus Ámbitos Celestiales, y no hay otra expiación posible.
He escrito lo suficiente y espero haber dejado clara a todos los hombres la verdadera explicación de la expiación. Nosotros, que somos habitantes de los Ámbitos Celestiales, conocemos la verdad de mi explicación, tanto por experiencia personal como por el otro hecho, que ningún espíritu en todo el universo puede negar, de que solo aquellos que han recibido este Amor Divino del Padre en sus almas en suficiente abundancia pueden habitar o habitan los Ámbitos Celestiales; todos los demás espíritus, independientemente de sus diversas creencias, viven en las esferas espirituales inferiores y no pueden entrar en los Ámbitos Celestiales a menos que busquen y obtengan el Nuevo Nacimiento que Jesús enseñó y sigue enseñando.
Así que, mi querido hermano, sin escribir más, te deseo buenas noches.
Tu hermano en Cristo,
Lucas
Versión en inglés
Atonement – Part I (St. Luke – of the New Testament) (30 Dec 1915)
I AM HERE. St. Luke.
I come to-night to tell you of a truth that is of very great importance to you and to mankind, and desire that you shall be very careful in receiving what I may say. I am in a condition of love that enables me to know whereof I write and to cause what I may say to be accepted by you as true.
I want to tell you that the Love of which we have been writing is the only Love that can make a spirit or man at one with the Father, and this my theme: The Atonement.
This word as used in the Bible and interpreted by the churches and the commentators on the Bible, carries with it a meaning of some price being paid by Jesus for the redemption of mankind from their sins and from the punishment that they will have to undergo because of having committed sin; and also, the idea that God, as an angry and insatiable God, was waiting for the price to be paid in order for His wrath to become satisfied and for man to stand before him acquitted of sin and the consequences of disobedience.
This price, according to the teachings of the churches and the persons named, must have been paid by one who in his goodness and purity was capable of paying this price; that is one who had in him such inherent qualities, and by his sacrifices was of such inherent worth as to satisfy the requirements of the demands of this angry God whose laws had been disobeyed. And they also teach that the only way by which such price could have been paid, was by the death on the cross of Jesus, who was the only person in all creation that possessed these qualities sufficiently to meet these requirements; and that by his death and the shedding of his blood the sins were atoned for and God was satisfied. This is the orthodox belief of the atonement and plan of salvation.
In short, a perfect human being free from all sin, a death on the cross and a shedding of blood, which was necessary that the sins of mortals might be washed away and their souls made clean and fitted to become a part of the great family of God.
But all this conception of the atonement is wrong and not justified by any teaching of the Master, or by any of the true teachings of the disciples to whom he had explained the plan of salvation and what the atonement means.
I know that in various parts of the New Testament it is said that the blood of Jesus washes away all sin, and that his death on the cross satisfies the Father’s demand for justice; and therein there are many similar expressions conveying the same idea. But these sayings of the Bible were never written by the persons to whom they are ascribed, but by writers who, in their various translations and alleged reproductions of these writings, added to and eliminated from the writings of the original writers, until the Bible became filled with these false doctrines and teachings.
The writers of the Bible, as it now stands, were persons who belonged to the church which was nationalized about the time of Constantine, and as such, had imposed upon them the duty of writing such ideas as the rulers or governors of this church conceived should be incorporated in the Bible for the purpose of carrying out their ideas in order to subserve the interests of the church, and to give it such temporal power as it never could have had under the teachings and guidance of the pure doctrines of the Master.
For nearly two thousand years this false doctrine of the atonement has been believed in and accepted by the so called Christian churches, and has been promulgated by these churches as the true doctrine of Jesus and the one upon which the salvation of man depends; and the consequences have been that men have believed that the only things necessary to their salvation and reconciliation to God, were the death of Jesus and the washing away of their sins by the blood shed on Calvary.
If men only knew how futile his death was and how inefficacious his blood is to wash away sin and pay the debt to the Father, they would not rest in the assurance that all they have to do is to believe in this sacrifice and this blood, but would learn the true plan of salvation and make every effort in their power to follow that plan, and as a consequence, have their souls developed so that they would come into harmony with the Father’s love and laws.
Atonement, in its true meaning, never meant the payment of a debt or the appeasing of the wrath of God, but simply the becoming at one with Him in those qualities that will insure to men the possession of His Love and the Immortality that Jesus brought to light. The sacrifice of Jesus could have no possible effect upon the condition of man’s soul qualities, and neither could the blood shedding make a vile and sinful soul pure and free from sin.
God’s universe is governed by laws as immutable as they are perfect in their workings, and the great thing to be accomplished by the plan which He provided for the redemption of men, is to have every man come into harmony with these laws, because just as soon as that harmony exists there will be no more discord and sin will not be known to humanity. And so, only that which will bring man into this harmony can possibly save him from his sins and bring about the at-onement that Jesus and his disciples taught.
Man, when created, was endowed with what may be called a natural love, and that love, to the extent of the quality that it possessed, was in perfect harmony with God’s universe, and so long as it was permitted to exist in its pure state, was a part of the harmony of the universe; but when it became defiled or impregnated with sin or anything not in accord with God’s laws, it became inharmonious and not at one with God, and the only redemption required was the removing of those things that caused the inharmony.
Now, the only way in which this inharmony could be removed was by the natural love becoming again pure and free from that which defiled it. The sacrifice on the cross could not furnish this remedy and neither could the blood atonement accomplish it, because the sacrifice and the blood had no relation to the evil to be remedied. So I assert, if these things paid the penalty and satisfied God and thereby He had no further claim upon man for any debt supposed to be due Him from man, it necessarily implies that He kept the souls of men in this condition of inharmony and would not permit the same to be removed until His demands for satisfaction and blood had been met; and that then, when He should be appeased, He would permit men by His mere ipse dixit to again come in harmony with His laws and the workings of His universe. In other words, He would be willing to let men remain out of harmony with His universe and the workings of His laws, until He had His demands for sacrifice and blood satisfied.
This, as is apparent to any reasonable man, would be a thing so foolish that no mere man in matters pertaining to his earthly affairs, would adopt as a plan for the redemption of those sons of his who had been disobedient.
(I see you have a caller, and will continue later).
Atonement – Part II (St. Luke – of the New Testament) (4 Jan 1916)
I AM HERE. St. Luke.
I wish to continue my discourse on the Atonement.
As I was saying unless a man gets into harmony with God in the natural love, which God bestowed upon him, and thereby becomes free from sin and error, there can be no redemption for him, and the death of Jesus and the shedding of his blood cannot cause that harmony.
Now what I have heretofore said, relates exclusively to man and his salvation in respect to his condition of becoming perfect in this natural love, which all men have.
But this is not the great atonement which Jesus came to earth to teach men, and the way in which it could be obtained and the effect of its attainment.
As has been told you, in the beginning God conferred upon our first parents not only the natural love but the potentiality of obtaining it, by the observance of certain laws and obedience, the Divine Love of the Father, which, when obtained, would make a man a part of divinity itself; and, while it would not make him a god, or the equal of the Father, yet it would give him a divinity that would cause him to receive the substance of God’s Great Love, and not remain the mere image, and, as a consequence, man would become immortal.
God alone, is Immortal, and every part of Him is Immortal, and when men shall obtain in their souls that part of Him which is his Greatest Attribute – His Divine Love – they will also become Immortal, and thereafter not subject to death.
The natural love, which was implanted in the souls of all mankind, is not a part of the Divine Love – it is not this Love in a lesser degree even, but is a distinct and separate quality of love, and all men possess it; but in many persons it has become contaminated by the sins that flow from the violation of God’s laws, so that the redemption, of which I have spoken, is necessary for man, even as the possessor of this natural love only.
But the Divine Love of the Father is a Love that has in It, and is wholly composed of the Divinity which the Father possesses, and no man can ever become a part of that Divinity until he possesses this Great Love. I know it is said that man is Divine because he was created in the image of God, but nothing which is a mere image is ever a part of the substance of which it is the image, and cannot possibly have the qualities of that substance. Commonly speaking, the image may have the appearance and for the ordinary affairs of the mortal life, may serve the purpose of the real until something that arises that demands the production of the real, and then the image will no longer serve the purpose.
Now in the case of the creation of man, he was made in the image of God in one particular only, and that in the matter of soul appearance. His physical or spiritual body was not in the image of God, for God has no such bodies, and only the soul of man is in the image of God, the Great Oversoul. And so long as man remains a mere image of the Father, he will never be more than the mere man that he was ot the time of his creation, and the Substance of the Father will never become a part of him; and while the Substance is Divine, the image can never become Divine until it becomes transformed into the Substance.
At man’s creation a plan was formed by which that image might become a thing of Substance, and there was given to man, the possessor of the image, the potentiality of obtaining the Substance; but man, through his disobedience or failure to comply with or follow out the requirements of the plan provided, forfeited this potentiality, which had been conferred upon him, and thereby lost the possibility of having the image transformed into the Substance which was absolutely necessary in order for him to ever become the possessor of any part of the Father’s divinity. And when men call themselves divine they assert that which is not true, but which, since the coming of Jesus to earth, may become true.
I will not recite what this disobedience of our first parents was, or in what way they lost the great potentiality of becoming Divine, but will only say, that when by their disobedience they forfeited this potentiality, it was taken from them by God, and His decree that in the day they should commit the act of disobedience they should surely die, was carried out and they died; not the material bodies died nor their spiritual bodies died, nor their souls, for men continued to live in their physical bodies for many years after the day of disobedience, and their spirit bodies and souls never died, for they still live. But what died and what the sentence passed upon them affected was the potentiality of receiving the Substance, which would make them Divine and Immortal. This potentiality was taken from them and never restored during the long centuries from the time of its death until the coming of Jesus.
That part of the divine nature, or that divine attribute, which was the object of this potentiality and which would make man a part of the divine nature and immortal, was the Divine Love of the Father and nothing else; and if our first parents through their obedience had received this Divine Love, never would mortality as to the soul have existed on earth, and neither sin or a want of atonement with the Father. But disobedience came and death of the possibility of becoming immortal ensued, and man remained mere man, only an image of the Father and nothing more.
No man in all the long ages that I have mentioned ever had anything more or greater in his nature than the natural love of which I have spoken; and even as to that, man so abused and defiled it, until at a time he became an outcast from the Father as to this love. In other words, he man, buried it so deeply under his acts of sin and the violation of those laws of God which control this natural love, that he appeared to be forsaken by the Father, even as a mere human being.
But in the history of what is called «God’s chosen people,» the Jews, it appears that time and time again these people became such aliens from God in this natural love, that men, possessed of this love in a purer state than were the common people were used by the forces of the spirit world to call these people to a realization of their obligations to God arising out of the gift of the natural love. None of the prophets – neither Moses nor Elijah, nor any of the others – was possessed of this Divine Love, but merely of the natural love in a purer state than were the people to whom they delivered their messages.
But in God’s Own time and in accordance with His Mercy and Plan, He rebestowed upon man this great potentiality of which I speak, so that men should again have the privilege of becoming at one with Him; and to declare the rebestowal of this Great Gift, Jesus was sent to earth in the form of man conceived and born as other men, but without sin.
It was at the time of Jesus’ coming the Great Gift was rebestowed upon both mortals and spirits of mortals then living in the spirit world, and they all, spirits and mortals, received the privilege of becoming at one with the Father through the Plan of Salvation that He had revealed to Jesus, and which Jesus taught in his ministry during the short years of his earthly life, and which he is still teaching.
There is no other way in which man can become at one with the Father – in which the image can be transformed into the Substance – than the Way that Jesus taught, but which seems not to have been understood by men after the church became a church of temporal power, and after the Bible or the writings of the apostles were emasculated and the thoughts and desires of men interpolated in the place of the gospel of peace and salvation. Yet there is in the gospel of John one declaration of the true Plan of Salvation, though it is little understood and almost ignored in practical teachings and observances of the churches and their members, and that is «except a man be born again he cannot enter into the Kingdom of God.»
These words of the New Birth are the only words that declare the true doctrine of the atonement. No death of Jesus on the cross, no shedding of blood or washing away of sins by the blood, no paying of any debt and no believing in the name of the Lord, Jesus Christ, will bring men into at-one-ment with the Father and make them partakers of his Divine Nature or fit them to become inhabitants of His Kingdom. Only the New Birth is efficacious for this purpose, and no other plan did Jesus ever teach and is not now teaching.
Then what is meant by the New Birth?
Men in their understanding and interpretation of it differ, and it will do no good for me to recite these different interpretations or what the New Birth is not; but the important thing is, what it is.
As I have said, the potentiality that was conferred upon our first parents was the privilege of obtaining the divine nature and immortality of the Father by becoming possessed of His Great attribute of Divinity – the Divine Love. And had our first parents by their obedience received the benefits of this great privilege, they would have been born again, as you and all other mortals, and spirits as well, may now be born again.
Then the New Birth is simply the effect of the flowing into the soul of a man of this Divine Love of the Father, and the disappearing of everything that tends to sin and error. As the Divine Love takes possession of the soul, sin and error disappear; it, the soul becomes of a quality like the Great Soul of the Father; and the Soul of the Father in its Quality of Love being Divine and Immortal, so, when the soul of man becomes possessed of this Quality of Love this soul becomes Divine also – and the soul is the man – and then the image becomes the Substance, the mortal becomes the Immortal, and the soul of man, as to love and hope, becomes a part of the Father’s Divinity.
Now to declare this Plan of Salvation and also the rebestowal of the Great Gift of the potentiality of the soul, Jesus came to earth. This was his mission, and none other. As readers of the Bible will remember, and it is a truth, when Jesus was baptized and anointed, and also on the Mount of Transfiguration, the voice of God, as it is written, declared that Jesus was His well beloved son and demanded of the people «hear ye him.» Not to believe that he came to die on the cross, not to believe that his blood would bring about the atonement, not to believe in any vicarious atonement or that God in wrath demanded a sacrifice, but only «hear ye him.» And Jesus in all his teachings never taught one of these things, but only the New Birth as I have explained it. This is the only thing necessary to the atonement, and he is still teaching it.
He also taught moral truths affecting the conduct and relation of man to man, and man to God in his natural state, but none of these things or moral teachings were sufficient to bring about the Great At-onement. There is no doubt that the observance of many of these teachings of morality and of man’s conduct towards God will have a tendency to lead men to seek the higher Love of the Father and help their souls to get in the condition that will make it easier for this Great Love to flow into them; but these moral teachings or prescribed conduct will not, of themselves, be sufficient to bring the New Birth, and hence the at-one-ment.
Now Jesus not only taught the necessity for the New Birth, but he also taught the Way in which It could be obtained, and that Way is just as simple and easily understood as the New Birth itself. He taught, and is now teaching, that through earnest prayer to the Father, and faith which makes all aspirations and soul longings things of real existence, and by the Holy Spirit which is the Father’s messenger of Love – or to carry his Divine Love – this Love will flow into the souls of men in response to such prayers; and by such faith men will realize its presence, and in this way, and this way only, men will receive the New Birth.
This is wholly an individual matter, and without the personal, earnest prayer of the supplicant and faith, that comes with the Love, a man cannot receive the New Birth. No ceremony of church, no laying on of hands or masses for the souls of the dead will be efficacious to make the man or spirit a new creature in God.
What I have written is the meaning of the atonement as taught by the Master, and as understood by all the redeemed of the Father who are now living in His Celestial Heavens, and there is no other atonement possible.
I have written enough and hope I have made it plain to all men the true explanation of the atonement. We who are inhabitants of the Celestial Heavens know the truth of my explanation, both from personal experience and from the other fact, which no spirit in all the universe can deny, that only those who have received this Divine Love of the Father in their souls in sufficient abundance can or do inhabit the Celestial Heavens; all other spirits, no matter what their several beliefs may be, live in the lower spiritual spheres and cannot enter the Celestial Heavens, unless they seek for and obtain the New Birth that Jesus taught, and is still teaching.
So my dear brother, without writing more, I will say good-night.
Your brother in Christ,
LUKE.