Cada cual, al no sanar personalmente las heridas, se sea o no religioso (da igual), cada cual, estamos co-fabricando las guerras y demás cosas similares.
Sólo el perdón bien entendido sanará conflictos; perdón es sinónimo de amor, y sólo amando a los «enemigos» se puede sanar algo; Dios ama a todos por igual, aunque «odie» el pecado;
y les/nos quiere por muy pecadores que sean o seamos.
Dios siempre les/nos quiere «redimir»,
y de hecho, Dios (ese ser infinito que hizo nuestra alma/ánimo), Dios, de manera impersonal, ya hace todo lo posible para tal liberación o «redención» ─aunque no le permitamos hacer eso más personalmente con su amor o trato personal directo a nuestra alma, pues de hecho estamos influidos o «poseídos» por nuestras heridas emocionales (miedos y vergüenzas profundas), y por múltiples desencarnados que usan tales heridas para más o menos influir en nosotros según se lo permita su habilidad y nuestra dejadez o irresponsabilidad emocional─.
La guerra es «proyección emocional», evidentemente;
y por ejemplo, sucede que los humanos usamos las religiones en general precisamente para mantenernos en un estado más o menos arrogante de «juzgar hacia afuera»,
y, así, las usamos para no arrepentirnos realmente (no sentir) y para no perdonar realmente (no sentir) cada una de las cosas personales en uno:
nuestros miedos almacenados, traumas, vergüenzas, etc.
Y al no sentir estas cosas no podemos actuar de verdad espontáneamente y reparar realmente algo.
Y obviamente la historia se repite, y vemos una y otra vez en cada bando (anglosionismo, islamismo radical, etc.) lo «salvaje» (con perdón de los salvajes) que es el ser humano cuando vive en sus heridas en vez de dejar que fluyan más humildemente las emociones heridas.
Así que… lo dicho,
resulta que lo que existe o vemos «fuera» depende muy en general de las emociones no sanadas dentro de las supuestas víctimas ─en cada ocasión donde haya víctimas─.
Y, salvo en caso de los niños, hay una ley que atañe a la responsabilidad, entendida cabalmente.
Las espiritualidades más o menos «místicas» o ritualistas evitan la responsabilidad en su sentido real, en cuanto que la responsabilidad parte del alma y es del alma, del ánimo… y necesita de la liberación emocional humilde.
Todos estamos en esa trampa en uno u otro grado. Y, en todos lados, la que «pierde la batalla» es el alma de cada uno, ya que en general no conocemos, personal y realmente, el poder intrínseco de cada alma, y la unicidad de cada alma.
Sólo el amor a los «enemigos» sana el mundo.
Y sólo Dios es la verdad (e infinita), y ninguna religión lo es.
Ese amor «a los enemigos» parece ser una de las pruebas de fuego del alma en cuanto a su semejanza a Dios, que es amor.
Dios por ejemplo quiere sanar y amar al soldado violador asesino, del bando que sea, mientras mata y viola por ejemplo niños, aunque Dios «odie» el pecado.
«Ser como Dios» ahí es alcanzable por nosotros, como modo de ser, ya que Dios nos hizo para eso, pues de entrada ya somos a su imagen y semejanza, aunque estemos muy impuros en nuestro ánimo/alma, debido a las heridas emocionales ─absorbidas desde que estamos en el útero y luego prolongadas y potenciadas por enormes cantidades de pecado personal propio─.
Y, por ello, por las heridas, por nuestra resistencia a sentirlas humildemente, se nos hace difícil «amar al enemigo», es decir, por ejemplo de entrada no querer matar al violador asesino que delante de nosotros mata y viola a nuestros hijos, etc.